[Cuento]El Lobo

23 de diciembre de 2016

Era el primer año que Daniela se iba de campamento con el colegio St. George. Sus padres se habían mudado y tuvo que empezar tercer año del secundario en ese colegio. Por suerte la gente era agradable y la habían recibido muy bien. Tenía muchas ganas de irse, estar una semana con amigos e independizarse de sus padres.
Un viernes en micro a Mendoza, una ciudad montañosa de Argentina y reconocida por sus buenos vinos. El viaje, de casi un día, estuvo lleno de risas, comida y juegos de cartas.
Llegaron de día al camping “El lobo”, algo alejado de la ciudad central pero con una de las mejores vistas. El dueño les contó una historia que todos en el pueblo conocían y de la cual proviene el nombre del lugar. La historia contaba que hace años alguien había traído un lobo a esas montañas y todas las noches atacaba a quien estuviera por los bosques. Pero hace al menos cinco años que no había habido ningún ataque por lo que se creía que había muerto. Así fue como el campamento se había ganado el nombre.
La leyenda fue olvidada pronto y entre risas y juegos todos armaban sus carpas formando un círculo. Daniela armó su carpa junto con Julia y Natalia. Estaban a dos carpas de la de los profesores. Al finalizar fueron todos juntos a ver donde quedaba el baño para lo que tuvieron que caminar unos 300 metros. Justo al lado de los baños había un salón con muchas ventanas donde generalmente se organizaban eventos o a donde se iba en casos de tormenta. Por la distancia y la cantidad de árboles no era una buena idea querer ir de noche.
Antes de que el sol se ocultara por completo los profesores armaron una fogata en medio del círculo de carpas y pusieron unas hamburguesas a cocinar. Para las 10 de la noche todos estaban ya dentro de sus carpas como se los había recomendado el dueño del lugar. El cansancio del viaje y la emoción llevaron a Daniela a quedarse dormida a pesar de haber escuchado algunos ruidos entre los árboles.
A la mañana siguiente los gritos de un grupo de chicas despertó a todos. Al salir para ver qué pasaba, Daniela entendió el motivo de aquellos alaridos, Su carpa estaba cortada. Tenía tres tajos desparejos, no parecían de cuchillo sino más bien de garras
-¡Nos atacó un lobo!
-No hay lobos en esta zona-sentenció Federico, uno de los profesores, cortando con las especulaciones y las charlas.-Todos vayan con la profesora Mariana. Yo me encargo de esto.
Al volver de subir una de las montañas cercanas, la carpa tenía un parche y Federico no aceptó más preguntas sobre el tema. Claramente ese paseo había sido para distraerlos y lo logró. El paisaje era hermoso. Iba a quedar grabado en la  memoria de Daniela para siempre, igual que los hechos que iban a ocurrir.
Esa noche el cansancio por las actividades del día llevo a todos a dormir rápido a pesar de lo ocurrido la noche anterior. Daniela, sin embargo, estaba decidida a no pegar un ojo en toda la noche. Se quedó atenta a los sonidos. Un ruido casi imperceptible entre los arbustos la puso en alerta. Respiró profundo y tratando de hacer poco ruido abrió la carpa lo suficiente como para asomar la cabeza, ni más, ni menos. Al asomarse buscó entre la vegetación, intentando saber de dónde había venido el sonido. De pronto lo encontró, dos pequeños puntos de luz entre la oscuridad. Ojos. Con la mayor rapidez posible metió la cabeza de nuevo en la carpa y la cerró sin importarle hacer ruido. Se envolvió con la bolsa de dormir para darse más seguridad.
Luego de unas horas esperando, los párpados comenzaban a cerrarse solos sin poder controlarlos. ¿La sombra que vio pasar fue un sueño o realidad? No había manera de saberlo.

De pronto los gritos sobresaltaron a todo el mundo. Daniela tomó la linterna y salió con sus amigas a ver qué sucedía. Aún estaba tan oscuro que sin la linterna no podrían ver ni a la carpa de al lado. Los que gritaban eran varones. El resto estaba fuera de sus carpas semi-dormidos sin saber qué ocurría. Uno de los profesores pasó corriendo frente a Daniela con la lámpara y un cuchillo de camping. Las luces de las linternas se empezaron a dirigir de a poco al lugar de los alaridos y lo que parecían gruñidos. La imagen era aterradora. Donde antes había una carpa solo quedaban trozos de tela en el suelo y entre medio, uno de los chicos yacía inconsciente o peor. Una bestia, parecida a un lobo pero al menos dos veces más grande, tenía a uno de los chicos del brazo. Daniela no llegaba a ver quién era. El profesor sostenía el cuchillo apuntando al animal y el otro varón de la carpa atacada se ocultaba detrás de él. No se necesitó de mucho tiempo para que con aquella imagen todos empezaran a gritar. Federico apareció en escena con un palo grande que había sacado de algún árbol. Chifló callando a todos y gritó:
-¡Todos al salón!
A pesar del intento de las profesoras para que nadie saliera corriendo, eso fue exactamente lo que pasó. Cuarenta jóvenes de 16 años corrían lo más rápido que podían hacia el salón. Parecía una estampida, ni en las clases de educación física habían corrido tanto.
La curiosidad de Daniela era más fuerte que ella. Se quedó detrás del grupo y miró por última vez hacia sus compañeros atacados. El lobo se llevaba arrastrando a uno de sus amigos del brazo que ya no lo tenía en una posición normal.
El que no había sido atacado era Lucas. Daniela corrió lo tomó del brazo y salió corriendo con él al salón. No gritaba, no reaccionaba, parecía en shock. Una vez llegaron al salón los recibieron las profesoras. Dentro la imagen era deprimente. Los varones completamente en silencio, algo que nunca se había visto, y las chicas sollozando o mirando a la nada.
Cuando el sol comenzaba a asomarse varios autos de policía y ambulancia llegaron. Los médicos se acercaban a cada uno para revisarlos. Por más que intentaron Lucas no soltaba una sola palabra por lo que decidieron llevárselo en una de las camionetas. Luego de que la revisaran, Daniela salió a tomar aire intentando procesar todo. Por delante suyo pasó, proveniente del campamento, una camilla con un cuerpo cubierto con una manta, detrás de esa iba Tomás gritando y llorando. A él lo había agarrado el lobo. El brazo era casi imposible de identificar y estaba completamente manchado de sangre. Tanto Federico como el otro profesor tenían algunos rasguños, heridas y demasiada sangre encima para que sea de ellos. Hasta Federico que parecía esos hombres serios y fuertes se veía afectado por la situación y se sentó sobre un tronco lejos del grupo.
Esa misma tarde un micro pasó a buscarlos para llevarlos de nuevo a la capital. De nuevo con sus padres en la seguridad de sus hogares. Fue un viaje silencioso y triste. Habían perdido a un amigo y otro estaba gravemente herido, internado en un hospital de Mendoza. Federico se había quedado con él y con Lucas. Los padres de los tres chicos afectados iban a viajar en avión y un representante del colegio se tenía que quedar con ellos mientras tanto.
Las imágenes serían difíciles de olvidar y necesitarían años de terapia. Quizá deberían haber oído las leyendas del pueblo en vez de haberlas tomado con tanta ligereza.

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